
Lauca Eñe: el feudo inexpugnable de Evo Morales en Bolivia

Cae la tarde. Unos 500 indígenas en formación levantan sus lanzas al grito de "¡Viva Evo Morales!" a la entrada de Lauca Eñe, un pequeño poblado amazónico bajo el control del expresidente boliviano. Nadie ingresa sin su venia.
Desde este punto, corazón del movimiento cocalero, el líder indígena extiende su influencia a todo el Trópico de Cochabamba, de 260.000 habitantes, en el centro del país.
También desde este lugar, donde Morales se forjó en las luchas sindicales desde los años 1980, diseña su estrategia para volver al poder, pese al veto que le impuso la justicia.
Morales, de 65 años, gobernó entre 2006 y 2019, y aún goza de una alta popularidad. Nadie en Bolivia tiene tanto poder de convocatoria como él.
Lauca Eñe ha sido, además, su refugio en los últimos siete meses para evadir una orden de captura vigente en el marco de una acusación de trata de una menor, que él niega.
La policía no ha intentado traspasar las barricadas de palos ni enfrentarse a los cocaleros que desfilan tres veces al día con escudos hechos a partir de barriles de combustible.
"Vamos a estar aquí hasta que entre nuestro hermano Evo Morales a la silla presidencial", dice el agricultor Willy Alvarado, de 54 años.
- Hacia La Paz -
Fuera de Lauca Eñe, en el resto del Trópico de Cochabamba, funcionan con normalidad los centros de salud y las oficinas estatales. La policía y las fuerzas armadas están, pero evitan el contacto con los campesinos.
Ante la posibilidad de que la orden de arresto pueda ser ejecutada, los fieles de Morales anunciaron que seguirán vigilando día y noche los accesos al poblado de 900 habitantes.
Esta semana la justicia anuló y luego restableció la misma orden.
El exmandatario aseguró que viajará más de 500 kilómetros hasta La Paz para inscribir su candidatura el 16 de mayo, en busca de su cuarto mandato.
Pero su principal escollo ahora es un fallo del tribunal constitucional de 2023 que señaló que nadie puede gobernar el país más de dos períodos.
"No creo que se atrevan" a rechazar mi candidatura, "porque legal y constitucionalmente estoy habilitado", dijo Morales.
El expresidente recibió a la AFP en una modesta oficina de paredes blancas. Lleva pantalón deportivo oscuro, camiseta gris y sandalias rojas.
Recordó antiguas protestas con muertos y señaló que si la autoridad electoral le impidiera postular, la población podría movilizarse.
"Si se le toca al hermano Evo, en ese rato mismo va a salir el pueblo", dice furiosa Zenobia Taboada, una campesina con hojas de coca entre los dientes apurada por llegar a tiempo a la formación.
- Bajo control -
Morales ha montado su cuartel general en Lauca Eñe, en un edificio blanco de tres plantas. Ahí vive y sostiene reuniones diarias con campesinos, obreros y políticos.
Una vida espartana se desarrolla afuera.
Los cocaleros descansan en campamentos armados con tablones y plásticos y se alimentan en ollas comunitarias o en puestos callejeros.
Esperan su turno para custodiar las barricadas por dos horas.
"Llueva, solee o haga frío, ellos no se mueven de aquí y van a hacer seguridad", explica Vicente Choque, dirigente cocalero cercano a Morales.
A su espalda, decenas de campesinos forman un batallón. La mayoría habla en quechua.
"Yo tengo flechas, mis compañeros tienen lanzas, escudos, por si acaso", afirma.
Cada uno de los campesinos del principal sindicato de cocaleros acude por dos días. Van rotando.
También instalaron puestos de vigilancia permanentes en cuarteles del Trópico de Cochabamba, así como en un aeropuerto.
Francisco Cáceres, cocalero de 57 años, lidera una "vigilia", como las llaman, frente a un centro policial. Su grupo reporta entradas y salidas inusuales.
"Es suficiente una llamada" para bloquear las carreteras de todo el Trópico de Cochabamba "en unos cinco o diez minutos", dice.
- "Recuperar lo que teníamos" -
En la entrada de Lauca Eñe, una docena de hombres y mujeres cruzan sus lanzas para cerrar el paso. Solo las gallinas y los perros caminan libres por el pueblo sin levantar sospechas.
"He dejado de trabajar (...), estoy lejos de mi familia, pero así funciona la organización en el Trópico", dice Marisol Mayta, una jornalera de 22 años.
Supervisa a sus compañeros y lleva un chaleco con el rótulo de "comandante".
Sobre el techo de palmas secas de esa barricada, han crecido largos penachos de hierbas de un verde encendido. Ya son siete meses de estricta vigilia.
Zenobia Andia viajó 100 kilómetros para cumplir con dos jornadas en el lugar.
Rodeada de sus amigas, reposa a unos pasos de la guardia de turno y se lamenta de la gestión de la crisis económica del actual gobierno de Luis Arce, exaliado de Morales.
"Estuvimos arriba y nos hemos caído abajo", comenta. "Nuevamente queremos recuperar lo que teníamos", dice.
J.Campbell--SMC